CAMBALACHE
EL CHANCHO
Por Enrique Pinti
Para LA NACION
Los refranes populares acuden a metáforas para expresar situaciones a las que los seres humanos nos vemos enfrentados a diario. Esto quiere decir que, dentro de su simplicidad, requieren ser analizados más allá del mero enunciado. Por ejemplo, ese refrán que dice no es culpa del chancho sino del que le da de comer no quiere significar estrictamente que todo aquel que alimenta cerdos es culpable de nada grave, ni que nadie deba culpar al chancho por deglutir alimentos que necesita para saciar su apetito. Lo que ese refrán quiere decir es que los que hacen chanchadas son más responsables que los que las consumen y que, además, las elogian y glorifican. Pero, ¿es realmente así? ¿No existe responsabilidad en los que se alimentan de porquerías, basuras y bajezas morales y las toman como entretenimiento predilecto? Por supuesto que los que las generan, producen, arman y difunden son los que comienzan el juego perverso de hacer de la traición, el chisme mal intencionado y la calumnia un modo de show para atraer multitudes, pero llega un momento en que el sentido común, no la moral que es tan manoseada por hipócritas ni la decencia muchas veces proclamada de la boca para afuera sin cumplirla puertas adentro, no, sólo el sentido común (o sea, el menos común de los sentidos) debería hacernos reflexionar acerca de que, más allá del morbo que en casi todos nosotros crean esos lamentables circos (con perdón del nobilísimo arte circense), uno debería parar la ingesta de tanta pavada, de tanto dislate y de tanto bochorno. No podemos esperar como un rebaño de ovejitas asustadas que el Estado, con censuras que son peor remedio que la enfermedad, nos cuide, nos cultive y nos advierta; nuestro propio estado debe ser el que triunfe en esta lucha desigual que no consiste en encerrarse en autismos o esnobismos elitistas, y mucho menos en ningunear lo popular, sino en no confundir la diversión pasatista, necesaria a veces para sobrellevar nuestros dramas personales, sociales, íntimos o colectivos, con las luchas en un barro lleno de mentira y traición, sin el menor código moral, que finalmente desemboca en violencia y exposición sin sentido de bajezas humanas y derrumbe de lo mejor de la condición humana. Esto parece demasiado apocalíptico, pero los veteranos hemos visto pasar tanta tontería en principio intrascendente, luego morbosa con cierto grado de gracias de brocha gorda para seguir en espiral descendente a griteríos, golpes, puñetazos y alaridos rubricados con cartas documento y juicios donde se hace perder tiempo a nuestros tribunales, de por sí algo lentos y burocráticos, solucionando dichos y entredichos porque alguien le dijo a alguien que una cirugía le queda mal o que había practicado sexo oral para obtener un papel en la televisión.
Todos se quejan, todos se rasgan las vestiduras anunciando hace años y años el fin del mundo y la decadencia de la cultura occidental, pero pocos optan por no prestar apoyo, por apagar la TV o utilizarla para ver maravillosas películas, buenas ficciones, documentales sobre la historia o entretenimientos que apunten a difundir algún conocimiento. Este dinosaurio recuerda aquellos programas de preguntas y respuestas primero en la radio y luego en la televisión, donde se premiaba el saber y no la habilidad para hacer escándalo, pelearse hasta con la propia sombra, insultar al colega, cagarse en la trayectoria de los profesionales importantes, que los hay y muchos, o denigrar y denigrarse ventilando trapos sucios propios y ajenos, disfrazando esas lamentables exhibiciones con el seudopropósito ejemplarizador para todos los que están sufriendo mi problema, con música de pianito como fondo edulcorado y más falso que promesa de político.
El que da de comer al chancho será todo lo culpable que se quiera, pero el chancho de vez en cuando podría proteger mejor su estómago..
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