"No hay malos en el mundo.” El libro Ecofascismo, del periodista y ensayista Jorge Orduna, que acaba de publicar Planeta, empieza con esta ironía y dedica las siguientes 230 páginas a demostrar que en realidad, lo que no hay, son buenos. O por lo menos, no están donde creemos verlos. Y así como, dice Orduna, más de una mente inocente se sorprende al encontrar gente amable y bienintencionada en el sillón de los ejecutivos de petroleras o transnacionales de la alimentación, esas mismas mentes deberían desconfiar un poco más de la buena imagen de organizaciones ambientalistas internacionales como World Wide Foundation o Greenpeace, construida a base de logos con tiernos osos pandas y campañas de alto contenido marketinero.“Lejos de la recortada imagen que nos presenta jóvenes idealistas de cabellos al viento, en un bote de goma amarillo y preocupados por la extinción de las especies, las organizaciones ecologistas internacionales resultan integradas por plutócratas de la tercera edad, miembros de los directorios de transnacionales europeas y norteamericanas inescrupulosas, cuyos únicos objetivos son la expansión y la ganancia”, dice el autor –que también escribió y reeditará en breve ONG: las mentiras de la ayuda– en una frase de su libro que resume el espíritu global del texto, y de su objeto de estudio: las organizaciones ambientalistas más poderosas.En la entrevista con Crítica de la Argentina, Orduna –que vivió varios años en Francia, viajó por América latina y reside hoy en su provincia natal, Mendoza– no se reconoce como un outsider del pensamiento ambiental: “Los periodistas de los países del Norte tienen una visión crítica de estas organizaciones. Es aquí que existe una visión crédula, inocente. Es tremenda la cantidad de periodistas que entran en una campaña como por un aro. Aquí no existe una visión crítica”. Lo suyo, aclara, “no es en contra de la ecología, sino en la necesidad de tener una visión independiente de la ecología”.“Las ONG independientes son necesarias, incluso indispensables, en muchas zonas en las que el Estado no llega. Yo critico a las internacionales. El problema es que las ONG locales, independientes, no pueden competir con el peso y el respaldo económico de las grandes”, agrega. La tesis central de Ecofascismo es que hoy una de las formas más eficaces que tiene el Primer Mundo de continuar su dominio sobre el tercero es “la utilización de causas loables”, exportando un discurso conservarcionista que, como se verá, se vincula en su origen con el control poblacional y que promueve la creación de áreas naturales protegidas que suelen quitarle el poder sobre los recursos naturales a las poblaciones locales, que en los peores casos son desplazadas y perseguidas. En algunos casos, el control de esos recursos se internacionaliza con la creación de “patrimonios de la humanidad”, “reservas de biosfera” y “santuarios naturales”.El libro parte de un argumento incómodo. “Yo explico la transición entre eugenesia y poblacionismo, luego conservacionismo”, dice Orduna. Sin ponerse nervioso, el periodista vincula la eugenesia –que estudia los métodos científicos para “mejorar” la raza humana a través del control de su reproducción–, tan asociada al nazismo, con el discurso conservacionista, para el cual la explosión de la natalidad –en el Tercer Mundo– es la principal enemiga del medio ambiente. En varios capítulos aporta datos que vinculan a importantes miembros de sociedades eugenésicas con el discurso conservacionista y el nacimiento de la World Wide Foundation casi como un apéndice de Naciones Unidas. Después, analiza el origen de los fondos de varias de las ONG ambientalistas y muestra cómo en muchos casos esos dineros están emparentados con los intereses que la causa ecológica, al menos en teoría, combate.“El origen de los fondos es el que determina qué planes se ponen en marcha y desde qué visión. Y los países centrales tienen una visión tan idílica y sensiblera de la naturaleza como xenófoba y prejuiciosa de los países del Tercer Mundo”, dice Orduna y explica por qué usó la palabra fascismo en el título de su libro: “Es por el carácter antidemocrático de estas políticas, por las que se recauda en el Primer Mundo para el control poblacional del tercero”.Lo que provoca escozor de las palabras de Orduna es la enunciación textual de argumentos que aquí suelen escucharse en bocas más conservadoras y reaccionarias. Que el Primer Mundo quiere dominarnos por medio del control poblacional es algo que aquí suelen decir los caudillos de zonas feudales para negar el libre acceso de las mujeres a los anticonceptivos. Que las organizaciones ecologistas “defienden más a los animales que a las personas” es una operación discursiva propia del funcionario que busca la aprobación fácil de proyectos de explotación dudosamente sustentable de recursos mineros, o bosques, o pesqueros, y que con esas palabras intenta desacreditar las campañas que se le oponen. El periodista aclara que está lejos de esas posiciones: “Sé que corro el riesgo de caerle simpático a los que no quiero caerle simpático, y antipático a gente que no me gustaría caerle antipático. Pero algunas cosas hay que decirlas”. La ecología es una ciencia compleja. Está muy lejos de cierta visión “idealista, casi religiosa de la naturaleza, que es una visión urbana”. Es más, dice Orduna, “el mainstream científico suele acusar a las organizaciones ecologistas de usar ‘mala ciencia’ en su marketing, que todo lo simplifica. Y es en esta operación marketinera en la que aquí suele caer muy fácil el periodismo. Yo me metí en algo difícil de explicar, y lo que no es fácil de explicar, no es mediático”.
FUENTE: Crítica Digital por Paula Rodríguez
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