jueves, diciembre 04, 2008

CAMBALACHE

BASURA BAJO LA ALFOMBRA
(por Enrique Pinti)

Cuando no se combaten las causas es muy difícil corregir los efectos. Es claro que los efectos son los que producen malestares y problemas de toda índole, de los cuales la sociedad exige, y con justa razón, la solución inmediata, pero también es cierto que cuando no se llega a la raíz del problema las soluciones no pasan de ser como las del ama de casa perezosa que esconde la basura y el polvo de su casa debajo de la alfombra.

Nunca se habrá hecho lo suficiente, ni en nuestro país ni en la mayoría de los países que el que esto escribe conoce, en materia de educación, inclusión social y salud pública, por no citar más que tres de los aspectos que forman las bases en las que cualquier sociedad que se precie de sana y fuerte debe pararse. Y si se hicieron cosas, "no lucen", como decía mi abuela.

La escuela no es sólo un edificio con aulas, pero si ni siquiera eso está en forma, y las rajaduras, el frío, los pupitres rotos y las goteras -sin olvidar cortes de luz y falta de gas- son las "asignaturas pendientes", todo lo que se haga será poco, muy poco. Desde lo estructural hasta lo edilicio es revisado e incluido en los generalmente magros presupuestos educativos para llegar a las tristes conclusiones de atribulados funcionarios que, inmersos en juegos políticos y electoralistas, ponen cara de Viernes Santo para comunicar a huelguistas con aspiraciones reales y chicanas partidistas, mezcladas en caótico cóctel, que "no hay más plata". ¿Y el alumno? Sin clase.

Hay algo peor aún: la calidad de la enseñanza, que ha ido bajando de nivel en forma alarmante. La frivolidad y los valores del "sálvese quien pueda" llenan los huecos en los que en otras épocas estaban las lecciones de las pequeñas y grandes historias que nos contaban acerca de los grandes sabios y los científicos que lucharon contra la ignorancia y los prejuicios para llegar a descubrimientos maravillosos para toda la humanidad.

Así, de Madame Curie a Florentino Ameghino, pasando por Pasteur y Almafuerte, uno iba superando el tono soporífero del discurso aleccionador y comprendía cuánto servía ese saber que había llevado a tales figuras a entrar en la historia de la humanidad. Claro que se admiraba a futbolistas y a vedettes, a cantantes y a boxeadores, y se llegaba al delirio adolescente por Sinatra o por Sandro, pasando por los Beatles, y se consumía la pavada del chimento amoroso farandulero con romances, divorcios, adulterios, escándalos y borracheras de la refulgente cabalgata del mundo del show. Pero detrás, ahí abajo, como base, estaban las otras historias de sacrificio y trabajo para el bien común. Las barbaridades gubernamentales, las ambiciones políticas, el ansia de poder económico y los delirios imperialistas de líderes y potencias o grupo de potencias pusieron en jaque a la humanidad con guerras y horrores que tiraron abajo todo lo que a esos elegidos como ejemplos de construcción les costó tanto edificar. Y así, cada tanto, los hombres tenemos que reciclar todo lo perdido, y en las transformaciones se van perdiendo objetivos básicos; lo que se reconstruye es la fachada de aquellos valores perdidos, pero en el interior quedan esas "rajaduras", tanto o más importantes que los materiales.

Los niños matan, y si matan deben ser aislados de la sociedad. Pero si a esa respuesta no se agregan seriamente los estudios y las medidas para llegar a la raíz de algo tan monstruoso como una infancia tan desgraciada, desprotegida, mal educada o no educada (lo que es peor), jamás vamos a resolver el problema. Llenaremos las cárceles, construiremos nuevos presidios (privados o estatales, porque hasta en eso seguimos discutiendo estupideces), pero si por cada cárcel no hay mil escuelas luminosas, confortables, donde se enseñe con rigor y sin violencia, más tarde o más temprano seguiremos hundiéndonos en la ciénaga de la ignorancia, cuyo fondo es la destrucción, el caos y la pérdida de la esperanza.

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